Uno de los elementos más singulares que encontramos repartidos por este territorio y a los que, probablemente, por razones de espacio, no podremos dedicar la atención que merecen en nuestra guía sobre el Ebro son los lavaderos. Hasta hace poco tiempo fueron la única opción para las mujeres de nuestros pueblos, cuando lavar la ropa no consistía en apretar un botón, sino que representaba una ardua tarea física. Pero los lavaderos eran mucho más que eso; al fin y al cabo, se convertían también en un espacio de reunión para las mujeres, donde se entablaban conversaciones, se compartían preocupaciones, se cantaban canciones... en resumen, conformaban un espacio en el que se creaban vínculos sociales entre la población femenina. Por lo tanto, hay que contemplarlos como lugares donde aún queda la impronta de la tradición, donde la vida cotidiana se convertía en conciencia de grupo.
Los ayuntamientos y las juntas vecinales de nuestros pueblos son conscientes de su valor patrimonial e inmaterial, y son notables los esfuerzos realizados para mantener este discreto legado arquitectónico en buen estado. La mayoría de los lavaderos que nos hemos encontrado han sido objeto de una cuidada restauración. Ofrecemos aquí algunos ejemplos.
Existen lavaderos descubiertos, como el de Bolmir, pero en la mayoría de los casos encontramos pequeñas construcciones con tejado a dos aguas con vigas de madera, para que resultaran resguardados en los meses de mal tiempo o frente a la insolación del verano. Algunos, como el de Reinosa, se levantaban directamente sobre las aguas del río, aunque la mayor parte se situaban lejos de él, entre el caserío, con una pileta de agua que había que ir renovando. En muchos casos se sitúan cerca de un manantial o fuente.
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